Es curioso y a la vez certero: nos rebelamos (si hay que hacerlo) contra nuestros padres, y la unión se acerca más a nuestros abuelos cercenando y a la vez uniendo lo que nadie, tal pieza de ajedrez, salta una casilla como quien separa una generación para matar o luego ser comido. Ley de vida y riesgo consumado: el perecer o vivir en el intento de hacerlo (si hay que rebelarse).
Nuestra sociedad, el occidente globalizado se parece más a nuestra abuela La Gran Guerra que a nuestra madre La Segunda Guerra Mundial. A mitad del libro 1914 de la catedrática Margaret MacMillan (editorial Turner, 2013) siente uno que en los veinte años previos al estallido de esta anciana ya Primera Guerra Mundial, ha pasado por el quirófano y se nos vuelve sana y lozana para retomar la vida como amante madura que por su belleza atrae a toda la gama de hombres sexualmente activos, jóvenes y maduros se la rifan. Tal es el atractivo de esta señora. Y después,… la muerte, la guerra.
Aunque para mi, la Primera y la Segunda Guerra Mundial son dos «batallas» de una misma guerra (Gran Bretaña, Francia y Rusia jamás quisieron una Alemania unida y fuerte, y la prueba es que en 1914, Rusia era conservadora y reaccionaria y Hitler aún no estaba en escena y en 1939 Rusia era comunista y el socialismo nacional ya actuaba por sí solo, Gran Bretaña nunca ha permitido una nación continental más fuerte que ella y Francia casi siempre fue la enemiga eterna de «Alemania» como tal. Tanto en las dos «batallas» fueron los mismos enemigos con unos actores tan diferentes que da igual quien estuviera de rey en el tablero, demostrando que hasta que no se destruyó a la Alemania «prusiana» unida, no acabó la Guerra que como dice nuestra catedrática fue la nueva Guerra de los Treinta Años. Recuérdese que Alemania como nación sólo tiene 144 años, Francia nunca dejó que se uniera y en 1914 cumplía la edad de 43 primaveras u otoños, como quieran). Pero este es otro tema.
Para hoy, demodé ha quedado el periodo de entre guerras, sin sentido, sin raíces, aun siendo hija de la Primera y nosotros nietos. En ideas, contenidos, avances técnicos, médicos, transportes, opinión pública y publicada, filosofía con todos sus efectos positivos y negativos e influencias con polos opuestos tienen más paralelismo al mundo de hoy (antes de 1914) que nuestros cercanos padres de 1945. Un salto natural en la evolución del hombre. Con esto no quiero decir que hoy estallara una guerra con los mismos actores pero sí por el mismo pensamiento y estilo de vida, por la misma prensa que aprieta.
Para muestra un botón (o una ficha de ajedrez): Justo antes de la guerra (1914), el prominente intelectual alemán Alfred Kerr declaró a un periodista de Le Figaro que lo lamentable de la civilización francesa (léase hoy europea) era su decadencia. «Un pueblo cuyos hombres no quieren ser soldados y cuyas mujeres se resisten a tener hijos es un pueblo con la vitalidad embotada, condenado a ser dominado por una raza más fresca y joven. ¡Acuérdense de Grecia y del imperio romano! Es ley de la historia que las sociedades más antiguas cedan el paso a las nuevas; esta es la condición de la regeneración perpetua de la humanidad. Más tarde llegará nuestro turno, y la brutal regla se nos aplicará a nosotros. Será entonces el momento del reino de los asiáticos, o quizá de los negros (léase ¿musulmanes?), quién sabe». Los paréntesis son míos, cita del libro 1914.
O, En opinión de algunos especialistas en medicina, la velocidad de los cambios -o, más exactamente, la velocidad en sí misma: la de los automóviles, las bicicletas, los trenes y los aviones- resultaba perturbadora para el sistema nervioso de los seres humanos. «La neurosis nos espera», escribía un médico francés en 1910. «Nunca antes este monstruo había causado tantas víctimas; lo cierto es que la acumulación de defectos ancestrales o los estímulos de nuestra civilización, mortales para la mayoría, nos precipitan hacia un ocio y un temor debilitadores». Esta vez los paréntesis los pone el lector. Cita del libro 1914.
Lo cierto es que el libro estremece por la similitud que hipotéticamente puede reflejar nuestro tiempo. La Gran Guerra se ve lejana en sí, hay otro pariente directo por medio pero la antesala de esta masacre tiene visos de parecerse a nuestros tiempos más que el periodo de entre guerras y qué decir de la guerra fría, que no fría, sino helada (por muerta) se ve todavía.
Pensadores, escritores, pintores, escultores, Intelectuales (con mayúsculas) por ejemplo Spengler, mostraban su camino y estuvieron a la altura de sus circunstancias no así los políticos y algunos militares. Y la decisión, como cuenta MacMillan estuvo al alcance de muy pocas personas, haciendo más grande el error de acabar con la época más próspera que ha vivido (en comparación con las adelantos ofrecidos a futuro perdido) Europa. Y la catedrática siempre ve otras salidas que no fuese la guerra, siempre posibles, pero o no la percibieron o no quisieron verla.
Un libro que recomiendo encarecidamente. Es más, obligaría -con perdón- a su lectura en colegios o si para estos nuestros adolescentes de ahora, no entienden ni pueden leer un libro de este asunto por su profundidad, en las universidades. Y si ya no lo consiguiesen entender o no les interesara unos hechos de un calado tan hondo en estos estudios mayores, pobre de ti, Europa.
Lo dudo, por el bien de este continente nuestro. Quien perdió la guerra todos lo sabemos, ¿pero quien la ganó? Europa desde luego que no. Europa no debe mirarse en sí misma para destruirse, tiene otras miras más lejanas en donde mirar que la odien o admiren y ella debe sobresalir o perecer en el intento. El darwinismo social, aunque no se nombre, existe y se le puede llamar nacional o continental.
El tablero de ajedrez, con la globalización tiene menos casillas pero tiene el mismo perímetro y mismos peones y reyes, con lo cual hay menos vericuetos pero más peligro, porque todo puede caer de una vez nada más empezar el juego.
G.R-M.